sábado, 28 de noviembre de 2009

2:



cause bad girls, always be bad girls




Las familias siempre tienen ese aire de superioridad que me revienta, te juro. Venenito esta sacado, se dedicó toda la mañana a llamarme porque tenía hambre y necesitaba sanarse por dentro. Me duele mucho el cuerpo Nito, le digo. Me mira con odio. No me digas Nito, me dice. Bueno Vene, le digo. Conchuda. La santa madre de la mesa de al lado nos mira con odio. Qué pasa señora, usted no tiene concha acaso. No puedo evitar reirme, lo que provoca que él se ría. Me dejo de reir, ahí viene el dolor, en el costado, cada vez que se contraen mis costillas. Me duele mucho Venenito. Dejame ver, me dice, sin darme tiempo me levanta la remera. Es enorme, me dice, es enorme. Qué le digo, qué es enorme. Me toca. La puta que lo parío. Medio bar se da vuelta con mi grito y el resto del bar se da vuelta para ver la mitad de mi cuerpo descubierto y de esa totalidad, solo la mitad mirará la falta de corpiño y solo la otra mitad observará con curiosidad el mapa oscuro, violeta, negro en el centro, rosado en los bordes que se encaja y crea un nuevo mundo contra mis costillas. Venenito, morboso él, mira extasiado. Es enorme, no puede parar, es enorme. Una señora desde una mesa cercana exclama, pero por favor. Un mozo se acerca y nos dice en voz baja, por favor, este es un lugar con sector familiar. Venenito le contesta, ella es mi familia estúpido. Y a los cinco minutos estamos del otro lado de la puerta.


Te acordas cuando éramos jóvenes. Venenito me lleva más de diez años, por lo cual encuentro muy injusta su pregunta. Pero entiendo lo que me dice, cuando éramos invencibles y amorales. Algo me acuerdo, le digo. Estamos caminando por Barracas sin rumbo alguno, solo porque si, tal cual, cuando eramos jóvenes. No hace frío, tampoco hace calor, el sol esta a una temperatura ideal, no es tarde, no es temprano. Llegamos al parque, unos chicos tocan la guitarra. Suenan acordes del rock nacional y el rechazo es instantáneo. Venenito que me lee la mente, también la palma de la mano, me toca el brazo. Mucho Deerhunter, me dice y se ríe. Que culta con la discografía entera de Smog, que linda con los covers de La Buena Vida, como creciste ahora en tu casa se escucha Pavement. Y Robert Pollard, le digo. Miro a los chicos hacer. Los chicos siempre serán chicos. Te diste cuenta que Muriendez tiene un aire a Stephen Malkmus,ledigo. Venenito me aprieta el brazo y me dice, mientras me provoca dolor, sí y mucho. Me suelta. En lugar de sus dedos hay una mancha blanca con centro rojo, que late. Es mi corazón quiero ver a dónde llega.


Llego a casa y estoy sola. Los gatos duermen eternamente, nunca salen a recibirme, solo levantan la cabeza, estiran una pata y vuelve a su mundo, que cada vez se parece más al mundo en el cual quiero vivir. Son las 9 de la noche del sábado y no tengo planes. Tengo invitaciones y mensajes pero no tengo planes. Suena el teléfono. Hola, me dice Muriendez desde el otro lado de la línea. Qué pasa, le digo. Respira, no pasa nada. Vas a salir, me pregunta. No sé, le digo, no sé. Silencio. Mi campo de juego es la dificultad y después me devuelven la gentileza con la práctica del ruego constante y la desesperación. Todas puras sensaciones mías. No sé que ponerme le digo. Cualquier cosa, me dice. Ponete cualquier cosa. Corta. En media hora él va a venir y lo último que va a suceder es que yo tenga puesto cualquier cosa. Todo pasa tan rápido, todo pasa tan rápido que pasa antes de que tenga que pasar y en 15 minutos suena el timbre. Estoy a medio vestir, tengo la toalla en la cabeza. Hola, me dice Muriendez. Hola, le digo. Entra a casa, se sienta en el patio, otra vez lo mismo, el gato se sube a su rodillas, termino de vestirme. Que buen disco me dice, siempre pense que Major Leagues era el mejor tema de Pavement. Contra el piso se estrella un vaso de agua. Por que será que el único don en la vida es la fomentación de la intimidad en tiempo record. Por qué será y si es así por qué duele tanto.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

1:


no me siento bien

no no no me siento bien

Volví. De un viaje mental. Estuve saliendo con unos amigos: Muriendez y Venenito. A Muriendez me lo dejó una amiga de los ´90, una mina más grande que yo, una bestia. Un día Muriendez apareció en la puerta de mi casa, me mando Laurita me dijo. Lo miré un rato y le dije, qué queres. Era un sábado, 3 de la mañana, mucho frío, Muriendez tenía una camperita de cuero y unos pantaloncitos ajustados. Me dijeron que acá pasaban cosas. Volvé otro día, le dije. Cerré la puerta y me quedé pensando. Al otro día en mi casilla de correo tenía un mail de Muriendez, asunto: Soy Muriendez. Y ahí empezó todo. A Venenito me lo conseguí yo sola.

Muriendez esta en el patio de casa mirando completamente absorto un libro de fotografías de Corbjin. Cruzadito de piernas pasa las hojas del libro que debe pesar más que su bracito izquierdo. Sigue con la campera puesta y toma de a ratos una cerveza. ¿Vos sacás fotos así?, me pregunta Muriendez mientras abre muy grandes los ojos. Señala una foto de Kurt Cobain, nuestro último gran heroe blanco, el último poster con sentido de mi habitación. No le digo, no saco fotos así. Pulso la entrada de tecla de twitter, mando un mail a las apuradas, ignoro el teléfono. Alguien me toca el timbre, lo ignoro. Muriendez me pregunta si esperabamos a alguien. Si y no Muriendez, si pero no. Sigo escribiendo cosas desde el underground del disco rígido más cheto del mundo: intel para mac. Vuelven a tocar el timbre. Muriendez no dice nada. Nos miramos. No es nadie Muriendez, es que estoy prófuga del video club. Muriendez asiente y me dice, es que no hay como lo propio. Cuanta verdad en el cuerpo flaco y noventoso de Muriendez.

A la noche llegó Venenito. Fuimos al tren fantasma de Cocoliche, me senté en la barra. Venenito me preguntó porque no habiamos pagado. No contesté. Despues vino la nociva sucesion de no no no y más: no. Bailys: no. Bloody Mary: no. Dry Martini: no. Vesper: no. Me atormentaba la idea de tomarme una cerveza, me mataba por dentro la imbecilidad de tomarme una coca cola, me daban ganas de matarme la idea de no tomar nada. Una chica de corte afro bailaba rodeada de un par de hipsters de anteojos cuadrados. Su vestido animal print, sus medias negras y su bolso de cuero iban al ritmo de un techno parejo. Los hipsters en cambio bailaban presos de un movimiento de cadera más parecido a la cumbia electrónica. Muriendez ya tenia una cerveza en la mano y a dos bancos un chico con argolla en la nariz y brazos tatuados hacía lo mismo. Todo no. Venenito me pregunto si Coco es el under y antes de que le contestara se fue corriendo detras de un chico que había conocido en Toms. Yo nunca entre a Toms pero quiero entrar.

Venenito volvio con el celular en la mano. Ahora sí voy a poder llamarlo, dijo con el éxtasis calado en el fondo de la pupila. Muriendez agonizaba en la barra. El chico de la cerveza ya iba por la quinta y el barman me había entregado en descarga directa un poco de odio. Pensé en salir a caminar. Muriedez terminá la cerveza, dije mientras me ponía un abrigo que no abriga y le lanzaba la última, but not least, mirada de odio recíproca al barman. Muriendez terminó de un trago la cerveza y sentí pavor: me iba a obedecer en todo. Venenito nos vamos, dije. Y sentí de fondo una risa un poco trágica, algo desgarradora y un grito ahogado que no estoy segura si fue de placer o dolor. O del corazón.

Muriendez me preguntó en la esquina de Tucuman si estaba a favor de la Ley de Medios. Muriendez no puedo pensar donde estamos si me preguntas algo tan importante, aparte no leí la ley. Hoy me llego una convocatoria por la ley de medios, me dijo. Buenos Aires me desorienta cada vez más, sobretodo porque en cada cuadra parece haber un nuevo negocio de venta de objetos de cuero, lo cual hace imposible guiarse en el centro. A favor o en contra Muriendez, le pregunté. Muriendez levanto los hombros y dijo, creo que a favor pero no estoy seguro. Mierda, Lavalle esta muerta. Pensé inemdiatamente en ir a cencar con Muriendez, que esta muy flaco, al club Eros. Qué hora es Muriendez querido. Las 2 de la mañana. Me cago en dios y en la virgen que no existe, por más de una hora perdí un bestial plato de ravioles. La ley de Medios es justicia. Mire a Muriendez fijo y le dije: me das miedo Muriendez.

Un cartel escrito con tiza anunciaba DJ Campeón. Entramos y una chica nos dijo, ya estamos por cerrar. Son las dos y media de la mañana, le dije, las dos y media de la mañana, repetí, las dos y media de la mañana, le grité desespeserada. Cerramos en media hora, si quieren pueden tomar algo. Nos sentamos en unos sillones, más bien nos dejamos caer. Muriendez intento hablar nuevamente de la Ley de Medios a lo que le dije, sin amor vale la pena aclarar, que no, que no me interesa la Ley de Medios. Muriendez le preguntó a la moza si podía fumar a lo que la moza le contestó: solo en la terraza. Muriendez se paró y la moza le metió este dardo: esta cerrada. Muriendez volvió a sentarse esta vez más cerca mío. Sus rodillitas de tan filosas parecían pequeñas armas de fémur. Estas triste, me preguntó. Un poquito Muriendez, un poquito triste estoy. Acá tienen, dijo la moza. Dos Cosmopolitan descansaban tranquilos sobre la mesa. Yo no pedí esto. Ella me miró unos segundos y se fue. Muriendez, vos pediste esto. Muriendez negó con la cabecita. Durante un momento miramos los dos tragos. Finalmente alcé con gracia y simpatía mi Cosmopolitan y dije: Por La Ley de Medios, Muriendez. Él alzó la suya y dijo, por los trabajadores de Kraft. Tomamos todo hasta el fondo, dejamos 50 pesos en la mesa y nos fuimos.

Corriendo por avenida Córdoba lo vimos venir a Venentio, muy agitado, la cara blanca. Me abrazó, te quiero, te quiero, te quiero, me dijo, te quiero, te quiero, te quiero, me dijo, te quiero, te quiero, te quiero, me volvió a decir. Como pude me lo saqué de encima, estaba húmedo y si: era lo que yo pensaba. Ay perdoname, me dijo Venenito y me entregó un pañuelo. Era de mi abuelo me dijo. Muriendez me sacó el pañuelo de la mano y comenzó a limpiarme. Ya esta me dijo y tiró los restos húmedos del pañuelo del abuelo de Venenito en un tacho de basura. Desde cuando los tachos de basura son grises, me preguntó Muriendez. No sé, le dije. Pero tenía razón, los tachos de basura antes eran color naranja, con tapas negras, un poco fosforescentes, estos nuevos eran grises y bastante incómodos. Venentio me agarró del brazo y muy cerca del oído me preguntó, te dejo sola con Muriendez. Que lascivo que es Venenito. No le dije, no me dejes sola. Parados ahí en esa esquina en el medio de la nada, vistos desde afuera seguro pareciamos más jovenes y bastante más arrojados. Solo de cerca se hubiese visto la verdad.

Bajamos caminando por Córdoba. Venenito quería entrar si o si a un bar de putas para ver que onda. Muriendez, gritaba, convencela de entrar al bar de putas a ver cuanto sacamos por ella. Muriendez caminaba mirando al piso, muy pegado mi. Venentio correteaba para sacarse el frío. Llegamos a la 9 de julio, en la Madeleine algunos taxistas comían el plato del día. Los escarabajos amarillos y negros, descansaban afuera con los vidrios empañados. Me acerqué a uno, tenía el motor caliente. Apoyé mis manos. Muriendez me miro hacer, Venenito giraba en círculos. Creo que esta vivo, les dije. Y eso es lo último que recuerdo.

bad boys