lunes, 22 de marzo de 2010

12:



Cater to my walls and see if they fall
dont leave me



Te acordas de toda la ternura que teníamos metida en el cuerpo.  Todo eso paso hace mucho tiempo ya, mucho tiempo. Hay pedazos, partes, que no recuerdo.  Eramos todos lindos, de eso estoy segura. Convencida. Era la justa porción de belleza para cada uno de nosotros y después sin más , como chicos de clase alta que no pueden tener nada lindo, lo destrozamos. Todo. No quedo nada. A veces salgo a caminar y me paro en Corrientes y Pasteur y pienso que no puedo caminar más. No puedo llegar a Callao. No puedo llegar a Zival´s. Y que no esten. Que no esten y lo peor de todo, que yo no sepa donde están. Pero lo más cruel. Me fui y en el medio no tuve necesidad de cambiarme el nombre. Tan solo el número de teléfono. Pero a veces en casa, mientras me toco la cara para seguir reconociendome. Mientras pienso que quedo de esos días de calor, del sol en Puerto Madero, del vampirismo contemporáneo, que quedo de esa gente y a donde fue a parar cada manoseo desubicado. Pienso. Un segundo. Mientras me doy vuelta para comprobar lo de siempre: no entro nadie a casa. Ganas increíbles de que alguien me deje los labios hinchados de tantos besos, la cara colorada, el pelo revuelto. El manoseo. Lo tuve, lo perdí, lo volví a encontrar. Y ahora el roce de la mano de Muriendez parece la pastilla de droga más temible de la década. Pero no me la trague. La escupí. Como si fuera cianuro. Y no era, no. 

Me volví caminando de Beaucheff como pude. Supongo que el dolor entre las piernas es algo natural después de tanto tiempo. Me quedaron dos marcas en la entrepiera de la forma más vampírica que alguien pueda imaginarse. Las venitas. Las venas. Como si tuviera 19 años. Los sacos largos, mis aliados. Los pinchazos. La cocaína la mejor dieta. Flaquita flaquita en la puerta del IMPA para la inaguración de la muestra de fotos. Flaquita flaquita, muy loca. La cocaína la mejor pastilla para adelgazar, la dieta. La excelencia. Flaquita, chic y ojerosa. La droguita. Nuestros años felices. No me acuerdo como se llamaba toda esa gente, pero recuerdo sus caras. Ahora me pega el sol del último estertor del verano y a contraluz creo que son ellos, que los veo venir. Cogiste en ese auto. No sé, me acuerdo que me contesto. Cogiste en esa duna. Si, me acuerdo que me contesto. Una vez estuve 1 hora esperando el 25 sobre avenida Rivadavia, sentada en el cordón de la vereda con una chica que le rendía culto a dos cosas: al paganismo y a la electrónica. Pobre. Tan bruta para algunas cosas. Andate, le decía. Me quedo hasta que venga el colectivo, me decía. Andate, le pedía. Me acostaba en el asfalto. Nadie camina por Rivadavia el domingo a la mañana. Andate, le decía. Quiero estar sola. Quiero cerrar los ojos y pensar en el chico que me dejo así hinchada la cara. Y ahora quiero pensar lo mismo pero no se puede. No me sale. No me acuerdo. Son pedazos, es como un contraluz todo el tiempo en la memoria. La página arrancada de los besos más contemporáneos que me dieron jamás. 

Ahora no espero un colectivo. Paro un taxi con los lentes a lo Graciela Borges. Tengo el cuerpo vestido de palabras en inglés. Este trench coat. Atado con esta hebilla que Venenito definio como asesina, la hebilla asesina. No sé que hora es. No es tan tarde. No perdí el conocimiento. Siempre supe lo que hacía. Ahora se lo que acabo de hacer. Se porque lo hice. Mentira que no quería hacerlo. Mentira el drama. Mentira todo. Pero ahora no sé. Es el sol de las 6 de la mañana o es el sol de las 6 de la tarde. Qué año es. ¿Estoy soñando?

No me quiero acordar del Parque Rivadavia pero por alguna extraña razón le pedí al taxi que se detuviera del lado de Rosario. Vamos a estar mucho tiempo, me pregunta. Tengo plata, le digo. Con plata se arregla todo. Con plata se arregla todo. Con plata se arregla todo. Si aguanto un poco más voy a saber porque no me quiero acordar del Parque Rivadavia. Qué hora es, me atrevo a preguntar. Ay esa respuesta. 

Me bajo dos cuadras antes de casa. Da lo mismo. No me animo a preguntar que día es. No tengo teléfono celular. No me animo a pensar que voy a encontrar en mi casa. No me animo a nada. Camino como puedo. Ya no uso zapatillas, ahora uso zapatos altos. De esos que las otras dicen que duelen. A mi no. A mi no me duelen. Me gusta sentirme a mi misma ahí arriba. Me gusta sentir que puedo caminar como si tuviera largas, grandes, hermosas piernas. Me gusta el ruido. Me gusta la marcha con los tacos altos, me gusta pararme sobre estos tallos tan difíciles. Me gusta el olor a cuero, me gusta la cama y el olor a cuero. No sé que hora es. Creo que preferí olvidar. Me duelen un poco las piernas y dos cuadras es mucho. Es mucho. Es demasiado hoy. Tengo calor. Estoy sudando en frío.  Estoy ahí nomás de casa. Del patio de todo. De desconectar el teléfono. Del miedo. Estoy sudando en frío. Ahora voy a doblar esa esquina y voy a intentar, me voy a proponer que las llaves entren a donde tienen que entrar. Ya estoy llorando. Ya estoy con las llaves en la mano. Ya estoy llorando y ya me estoy preguntando por qué. En que momento lo perdí. Ya estoy llorando y no encuentro la manera de hacer entrar la llave. Ya estoy llorando. No me acuerdo bien que paso. Ya estoy llorando y tengo la cara hinchada. Y esta vez no es por los besos que tantas veces me supieron dar.



miércoles, 17 de marzo de 2010

11:



                                                                                                                           
I remember when you were down
You would always come running to me
I never denied you and I would guide you 
Through all of your difficulties
Now I’m calling all citizens from all over the world
This is captain america calling
I bailed you out when you were down on your knees
                                                                                                                         Catch me now im falling

 En que lógica te moves vos. Ahora en este mismos instante en ninguna. Sentada en el living de la calle Beaucheff no consumo nada pero miro pasar de todo. No querés, me dice. No, no quiero. La cabeza para atrás. Tiene menos de 30 años entonces todavía puede. En teoría yo también, pero no gracias. Yo paso. No querés, me vuelve a decir, ni un poco. No, ni un poco, no quiero ni un poco. Mentira, me la quiero tomar toda. Siempre fue así, cada día de mi vida que es una mierda es así, cada vez que todo es un asco es así, cada vez que quiero dejar de sentir es así. Pero es mentira. Lo sentís todo después y una vez no alcanza. Ni dos veces, ni tres, tampoco cuatro. Primero es un raviolcito, después es una piedrita, despues es una bolsita y después queres protagonizar Scarface pero no te da la clase social. Tampoco mataste a nadie. Nada. Ni siquiera reventaste 1000 pesos en las apuestas ilegales de gallos. Nada. Queres un poquito. Te sangra, le digo, limpiate. Limpiáme vos, me dice. Se ríe, la cabeza hacía atrás. Se ríe. Ah...tanto tiempo, me dice. Qué pasaron tres, cuatro años. No sé, creo que un poco más. Se ríe mientras una línea de sangre le baja hasta el labio superior. Saca la lengua, se traga su propia gota. Siempre supe, siempre supe que ibas a volver. Se ríe,  me mira. Estás como más, piensa, estas como más. Se ríe. Estás como más entera, más limpia también. Si, le digo, más limpia también. En serio no queres ni un poquito. Del fondo de la casa se escucha el quejido de los resortes. Él se ríe y me pregunta. En que lógica te moves vos. En ninguna, le contesto. Ay Droguita.

Lo malo de dejar las drogas es que ellas nunca te dejan a vos. Ay Droguita.

Esta de moda sentir todo el tiempo que te vas a morir. Si, le digo, yo lo siento todo el tiempo. La enfermedad, esta de moda estar enfermo todo el tiempo, sentir que te vas a morir. Si, le digo, yo lo siento todo el tiempo. Sentir que te vas a morir, que te estas muriendo, que hay algo grave con vos. Si, le digo, yo lo siento todo el tiempo. Pero no se muere nadie, me dice. Se muere mucha gente, le digo. Pero los que amenazan con que se van a morir no se mueren, me dice. No, esos no se mueren. Ay, grita en el fondo la chica. Creí que eran dos, pero creo que son tres, quizás cuatro o hasta cinco pero no más que eso, es muy temprano.  A que viniste, me dice. No sé, le digo. Aspirta y me dice. Viniste por qué pensaste que te ibas a morir. Me mira. Todos nos vamos a morir, me dice. Me agarra fuerte del muslo. Vos también te vas a morir, me dice.

Es mentira, es mentira que no. Si. Si sabes cuando te vas a morir.



viernes, 12 de marzo de 2010

10:




There is freedom within, there is freedom without

Try to catch the deluge in a paper cup

There's a battle ahead, many battles are lost
But you'll never see the end of the road
While you're travelling with me




Viste la gente que te dice. No, no veo esa gente que "me dice". Ay que perra. Venenito no me va a perdonar jamás no haber asistido al funeral de Gigi. Hace tres horas que estamos hablando y lo único que me preguntó es si Muriendez tiene o no tiene sexo al final, hace o no hace el sexo. Etc. El resto de la experiencia parece no importarle. En los últimos minutos solo escuche cuales fueron los last minutes of Gigi. En los ojitos se le notaba el dolor, me dice. Y en mis ojos qué. ¿En mis ojos acaso no hay nada?

Llegamos con nuestras mochilas. Muriendez insistió con acompañarme hasta mi casa. En el taxi no hablamos, solo intercambiamos monosílabos discretos. Parecía tan tranquilo, me exasperaba tanto. Lo hace hasta el día de hoy y sé, porque leo el futuro de ambos, que lo hará en los días que están por venir. Trágicamente yo voy a permitirlo. Yo.

Gigi se fue y yo me quería ir con ella. Bueno Aires cada vez está más horrible, pienso. De hecho me pregunto si alguna vez fue realmente bella o si simplemente fue la alucinación de una época dorada. La pátina que reviste todo aquello bendecido con el dinero y la noche. Y creo que sí que tan solo fue eso. Hace tantos años que no me drogo y hace tantos años que pienso en las consecuencias de drogarme. Detesto las drogas ahora. En realidad detesto a sus usuarios. Los marihuneros armando porro con olor a amoníaco es gente deleznable. Me deprimen. Como Venenito hablando de Gigi ese perro travestido de mierda. Que bien hizo en morirse, en matarse porque claramente ese perro se suicido. Gigi se fue para siempre, te das cuenta. Venenito esta tomando tragos con pequeñas sombrillitas. Usa lentes. Habla de su único amor muerto. Yo con café negro y lentes oscuros, oculto la rabia de no poder llorar en público.

Ya te vas, le pregunto. Me quiero duchar y acostarme, el viaje fue muy largo. Muriendez sentado en el patio de casa acaricia a la gata. Quería saludar a la gatita me dice. No voy a detallar como arruine algo tan bello porque me queda, no mucha, pero me queda algo de dignidad.


A la noche lo mismo de siempre desde  hace  más de diez años. Qué haces Droguita. 



domingo, 7 de marzo de 2010

9:

Love grows cold
Blood, tears and gold
Won't make it any better



Si se muere yo no sé, te juro que no sé, yo no sé, que puedo llegar a hacer. Venenito me llama por teléfono para hablarme de su gato agonizante. En el 2002 estuve en el hospital después de una golpiza, que me busqué, pero no me llamo ni una vez. El celular ya esta caliente. Tiene un ojo lleno de sangre. Tiene la sangre en el ojo, le digo. No me hagas chistes hija de puta. Para, enciende un cigarrillo, se que esta acariciando a su gato en este momento. Si se muere, no sé, te juro que no sé, yo no sé que hago. Le creo.

Qué hacemos en el monte, me pregunta Muriendez. Existir, le contesto. Muriendez enmarcado en la naturaleza parece mucho más real. Sentado sobre una roca, con los pantalones de siempre y fumando, Muriendez parece pensar en cosas mucho más profundas que las que piensa en la capital federal. Te mueve este lugar Muriendez. El fuma tranquilo mientras vemos como la tormeta se acerca a nosotros. El cielo encapotado parece dar el marco ideal para el fin del verano. No sé, me dice. Yo tampoco, le digo. Me gustaría abrazarte cuando empiece a llover, me dice. Abrazame ahora Muriendez. Contra el fondo del mar, las olas se levantan. Los surfers corren alrededor nuestro.  Enloquecidos se meten al mar. Las olas están a punto de levantar metro y medio pero aún así no alcanza para que hagan un tubo. Como mucho van a barrenar el filo de la ola más alta y caer. Y volver a esperar a que se levante la otra. No es una maravilla la naturaleza, no es el playground de los valientes, de los arrojados, de los imbéciles. El cielo se extiende en negrura y desde el alto del monte, vemos bajar las dunas, la arena, el mar, las olas, los surfers y del otro lado un mundo que no vamos a conocer. Queda café. Muriendez abre el bolso de mimbre y saca un termo. Trajo el termo de cuando era chico. Me sirve un poco de café negro, con algo de espuma. Queres leche, me dice. Niego con la cabeza. Un surfer al filo del acantilado braces por volver. Los otros famélicos de adrenalina se matan por surfear la ola. Te acordas de la película de los ladrones surfers, me dice Muriendez. Si le digo, es una de mis favoritas. Una de las mias también, me contesta. Prende un cigarrillo, desenrocas el termo y me vuelve a nutrir de café. Tengo galletitas, me dice. Los surfers puntos negros en la bravura, la espuma de las olas estallando desde el océano y el frío que comienza a subir. Entre las rocas, el pasto y la arena somos testigos privilegiados de la contienda hombre versus natura. Te gusta acá Muriendez. Ese silencio me esta matando. Nunca vi un mar tan lindo, me dice. Nunca espere tanto que llueva, anhelo.

bad boys