martes, 28 de diciembre de 2010

25:

Ayer mientras leía a Rabanal bajo los focos de una cancha de tenis transformada en solarium, literal, lejos del sol y más cerca de la noche empecé a escuchar esos sonidos familiares tan 2001 que me llamaban como  si la madre nodriza que dice "juventud, revolución y fracaso" me invitara a volver  a la calle y prender fuego algo.  Salí con mi kit revolucionario a mano,  yo misma que más, para encontrarme con mis ex compañeros de lucha en pie de guerra en la esquina de Bulnes y Corrientes. Marcando como el mapa de las ex estrellas políticas mi camino de Dorothy rumbo nuevamente al fracaso, mi estado más vistado en facebook,  seguí transitando todas esas hogueras luminosas, baldosas de oro para el cambio, hasta Medrano y Sarmiento y de ahí a Diaz Velez casi Medrano.  A la altura del hospital Italiano un grupo de vecinos discutía acerca de si los palos que había llevado deberían contener o no clavo. Un taxista, siempre los taxistas, frenó a centímetros de mi célula de elección momentánea al grito de llevo una pasajera que necesita ir al hospital. Un muchacho en cueros le dijo pega la vuelta y entra por rivadavia. La mujer en el asiento de atrás no parecía enferma, mucho menos grave, ni de cerca en grave peligro pero de todas maneras todos discutimos durante diez minutos si era ético o no prohibirle el paso a una persona que necesitaba llegar a la obra social que me desangra mes a mes. Yo me contuve de opinar, aunque tenía unas cuantas cosas para decir. De todas maneras lo único que pensaba, más bien lo que rogaba internamente, era que que por favor, pasemos por todo lo que tengamos que pasar pero por favor, realmente, por favor, no volvamos a cantar nunca más Sr Cobranza.

Se ven todas las estrellas me dijo Muriendez cuando decidimos hacer un picnic con  fogata en plaza Almagro. Es cierto, le dije. Se veían las estrellas quizás no tan bien como se ven en el campo o la Oceanía, pero se veían las estrellas titilar. Si Duhalde es responsable de esto se lo quiero agradecer, me dijo Muriendez mientras prendía un cigarrillo y alzaba la cabeza buscando una constelación que armara mi nombre. Yo también, le dije. Me acorde de repente del local de panchos que esta frente al plaza Congreso. Se debe haber hecho rico el dueño en ese verano del 2002, vendió como nunca. Tengo por ahí un video filmado del televisor proyectando esa frase que es la frase que une a los tuca party de esta generación que se viene : estamos condenados al fracaso. Ay ay ay, aparte de ser un disco es el sonido del dolor generacional al caer bajo el peso de la primer gran derrota. Suerte en esa.

No tenés calor con esos pantaloncitos tan ajustados, le pregunto a Muriendez. Si, me dice. Sacatelos, le digo. Acá, me pregunta.  Acá, le digo. Iluminado por el fuego camina conmigo de los que gritan no somos okupas y de los que responden que se vayan todos y los que esperan en los balcones de alguna manera que la historia se repita como farsa para que de una vez por todas empiece a pasar algo.


Una señora me cuenta que en el ´99 estuvo 9 días sin luz. No puedo dejar de mirar el vestido de jean que tiene y su estado físico envidiable. Es de esas mujeres fibrosas que tanto me gustan. Grande, podría ser mi madre, pero como decirlo: impecable. Tiene el pelo atado en una cola de caballo. Habla desde la verdad supongo, que es lo primero que traen los días de hartazgo. Carga una rama de medio metro, la tira al fuego. Más allá se ven las fogatas de Diaz Velez. Qué es lo que me gusta de todo esto, me pregunto.  Qué es lo que me atrae de ese chico serruchando un árbol que nada tiene que ver con esto y en que momento me empezó a resultar atractiva la chica que en pantalones cortos arrastra una bolsa de basura que va dejando un líquido espeso en el camino.  Fuera de estos falsos focos de luz no se ve nada y el cielo con o sin estrellas es una excusa para mirar hacía otro lado. De todas maneras qué es lo que me gusta de todo esto. De los gritos, de los sonidos que no llegan a ser atronadores pero son algo, algo son algo mucho más nuevo que lo último que un moderno me recomendó para escuchar. Qué es exactamente lo que me gusta de tanta rabia y que le viene faltando. Antes de cruzar Bartolome Mitre pego la vuelta. Arrastro conmigo una pila de diarios que encontré tirada y de a poco me uno al fuego. Cada vez que tiro algo tiene tu cara. Cada vez que algo se quema tiene tu cara. Cada vez que algo se prende tiene tu cara. Cada vez que algo se hace ceniza tiene tu cara. Cada vez que algo se hace polvo tiene tu cara. Cada vez que algo se desvanece tiene tu cara.





jueves, 16 de diciembre de 2010

24:

Cuando me lo encontré al pichi en el recital de Biafra lo primero que le dije fue: qué es eso que vas a dejar de tocar?. Se me hacía increíble pero al mismo tiempo me parecía lo más lógico del mundo, para mi propia pregunta ya tengo una respuesta, penosa, triste, irreparable, pero respuesta al fin.  Había llegado a Biafra de una manera graciosa: gratis. Veía con mucha nostalgia a una criatura del hardcore abrazando su vinilo con celo. Acomodaba sus anteojos cada tanto, estaba sola, recordé una frase trash del grindhouse moderno "no hay nadamás hermoso que el ego de un ángel magullado".  Lo hablamos después me dijo Asma, pero quedo rebotando en mi meoria la frase cruel "no me escucha nadie". No sabía si valia la pena decirle que creo que es el mejor guitarrista del rock, melodista en rigor, que se sento en mi casa para explicarme hace ya ¿cuatro años? ¿tres años? porque una federalización del rock es necesaria y porque las canciones de Belle & Sebastian son fáciles usando un transporte y listo. Me acuerdo de él tocando solo en el patio de mi casa y mis amigas comprandole el disco, las pocas copias que quedaban de "El compañero Asma Respira". Solo tres años, algo más de mil días y todas sus noches bastan para que me inunde una melancoía rota y estúpida que ya no miro como expectadora, soy parte o lo que es peor intento ser parte, pero el motor no me anda, mi modelo esta fallado. Abajo una masa de gente se desvive tras lo gritos de California Uber Alles.

El sábado dos 53 me dejaron a pie en la puerta de mi casa. El primero vacío siguió de largo, el segundo muy lleno hizo lo mismo. El tercero finalmente se detuvo. Ahora mientras escribo, en realidad mientras recuerdo, una familia forma su album familiar a mis espaldas. En un bar le hacen una sesión casera de fotos a un bebe, que sin su consentimiento quedara inmortalizado en facebook, rodeado de gente que le pide en el lenguaje de la idiotez máxima que por favor mire a la cámara. El padre comenta, mi hijo ya tiene personalidad y la madre comenta, tiene un carácter muy marcado. Para semejantes cualidades me atrevo a pensar porque la abuela entonces le habla en ese medio lenguaje que forma a la perfección cerebros poco sensibles a cualquier estímulo del arte o lo que es peor, deforma la épica del lenguaje, tan complejo nuestro castellano, con el único motivo de perpetuar mi pánico a la maternidad. Tener hijos no es lo grave, lo grave es criarlo con los hijos de los otros, que son las versiones pequeñas del infierno que habitan sus padres.


El otro día me preguntaron si me gustaba Perdedores Pop. La verdad que no. Pero tampoco importa.  Todo lo que cuento es algo que pasó hace mucho tiempo.

bad boys