domingo, 7 de marzo de 2010

9:

Love grows cold
Blood, tears and gold
Won't make it any better



Si se muere yo no sé, te juro que no sé, yo no sé, que puedo llegar a hacer. Venenito me llama por teléfono para hablarme de su gato agonizante. En el 2002 estuve en el hospital después de una golpiza, que me busqué, pero no me llamo ni una vez. El celular ya esta caliente. Tiene un ojo lleno de sangre. Tiene la sangre en el ojo, le digo. No me hagas chistes hija de puta. Para, enciende un cigarrillo, se que esta acariciando a su gato en este momento. Si se muere, no sé, te juro que no sé, yo no sé que hago. Le creo.

Qué hacemos en el monte, me pregunta Muriendez. Existir, le contesto. Muriendez enmarcado en la naturaleza parece mucho más real. Sentado sobre una roca, con los pantalones de siempre y fumando, Muriendez parece pensar en cosas mucho más profundas que las que piensa en la capital federal. Te mueve este lugar Muriendez. El fuma tranquilo mientras vemos como la tormeta se acerca a nosotros. El cielo encapotado parece dar el marco ideal para el fin del verano. No sé, me dice. Yo tampoco, le digo. Me gustaría abrazarte cuando empiece a llover, me dice. Abrazame ahora Muriendez. Contra el fondo del mar, las olas se levantan. Los surfers corren alrededor nuestro.  Enloquecidos se meten al mar. Las olas están a punto de levantar metro y medio pero aún así no alcanza para que hagan un tubo. Como mucho van a barrenar el filo de la ola más alta y caer. Y volver a esperar a que se levante la otra. No es una maravilla la naturaleza, no es el playground de los valientes, de los arrojados, de los imbéciles. El cielo se extiende en negrura y desde el alto del monte, vemos bajar las dunas, la arena, el mar, las olas, los surfers y del otro lado un mundo que no vamos a conocer. Queda café. Muriendez abre el bolso de mimbre y saca un termo. Trajo el termo de cuando era chico. Me sirve un poco de café negro, con algo de espuma. Queres leche, me dice. Niego con la cabeza. Un surfer al filo del acantilado braces por volver. Los otros famélicos de adrenalina se matan por surfear la ola. Te acordas de la película de los ladrones surfers, me dice Muriendez. Si le digo, es una de mis favoritas. Una de las mias también, me contesta. Prende un cigarrillo, desenrocas el termo y me vuelve a nutrir de café. Tengo galletitas, me dice. Los surfers puntos negros en la bravura, la espuma de las olas estallando desde el océano y el frío que comienza a subir. Entre las rocas, el pasto y la arena somos testigos privilegiados de la contienda hombre versus natura. Te gusta acá Muriendez. Ese silencio me esta matando. Nunca vi un mar tan lindo, me dice. Nunca espere tanto que llueva, anhelo.

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