martes, 5 de octubre de 2010

17:

¿Lo has sentido alguna vez?
¿Echas de menos algo?
¿Te has arrepentido alguna vez
de haber tenido y de no haberlo dado?





Te das cuenta que una piba es del segundo cordón nada más con mirarle el color rojo perlado made in Katalia. Se ríe Venenito porque tiene razón. Qué, me dice, si a vos te sacamos del mismo lugar. No, le digo, yo apenas me arrime al primero. Ah que fina, me dice. Seguimos mirando por la ventana del 53.  Nunca pensaste en venirte a tener hijos por acá, me dice. Me río, por su bestialidad inteligente y certera. No, le digo, nunca pensé en tener hijos para empezar. Que negra mentirosa, me dice. Me río. No en serio, nunca pensé en tener hijos. Miro por la ventana y quiero dibujar con mi alientos los días de mi infancia en donde llegue a pensar que era posible ser una mujer a los 20, casada, con hijos, feliz, en una casa de dos plantas, cruzando José María Moreno, yendo al colegio privado, preparando la cena, embarazada.

Antes de que fuera un highlight de Poringa, hace 15 años, Pinar de Rocha era un lugar del rock que separaba en filas masculino-femenino la entrada de chicos y chicas en búsqueda de algo. No fui muchas veces, pero recuerdo los primeros galanteos de gente que hoy quizás esta en el mismo lugar buscando lo mismo que hace 15 años: una chupada de pija. Estoy acá mirando el edificio como si los 15 años no hubieran sido más que un par de meses, algunos días. Un poco más allá hay una estación de bomberos que supo hacer bailes para la juventud. Venenito buscaría sin dudar un link directo con el incendio y lo que ya sabemos todos. Hoy me levanté y sin pensarlo quizás llevada por el calor y los días espantosos de sol que están por venir terminé tomándome el 181, me bajé en la plaza y simplemente caminé. Ahora frene a las vías miro hacía la meca, o sea: la capital, para ver por fuera del arco del triunfo que marca la llegada a ramos, la separación con Ciudadela esa especie de pueblo fantasma en donde nunca hay gente. No importa a que hora pases por Ciudadela nunca hay gente, siempre fue raro que alguien se bajara en la estación. Son cuadras vacías, asperas, enormes, siempre bañadas por el sol como si la sombra no fuera una realidad posible. Nadie frena en los rojos y los domingos son aterradores, porque se atreven a ir mucho más lejos que el aburrimiento burgués o la melancolía de las almas sensibles. Cuando frenas, si miras para los cotados ves desprendimientos de algo muy parecido a una villa. Un poco de tierra, las cuadras ya no son rectas y del otro lado nada. Un no lugar un no tiempo y después el arco del triunfo Ramos, el centro, vidrieras con ropa cara y todas las noches una banda tributo de rock a tu banda favorita de rock porque hoy, ahora, en el conurbano lo que suena es la música de ayer amparada en una sola regla: una que sepamos todos. Las que saben todos tienen más de quince años. Si te pones a pensar, como yo mirando esa palmera estúpida del jardín de Pinar de Rocha, si te pones a pensar vendes todo. Pero si lo pensas dos veces ¿qué coño te van a dar por tu guitarra china?

Mi vida sería mucho más sencilla si consiguiera explicar lo que pasa. Estaba pensando en las noches que me pase desperdiciando vestidos y comiendo mal en La Madeleine mientras miraba el panorama de avenida Santa Fe desde los ventanales. El período previo a la revolución, nunca fui tan feliz. Si me hubieran dicho, advertido creo que es la palabra, que lo que estaba por pasar no era otra cosa que la caída total de todas mis convicciones creo que hubiese elegido lanzarme al amor de una manera mucho menos austera de que la venía practicando. Miro por la ventana del 53, busco sin mirar el tacto de alguien que lleva acompañandome en mi vida tantos años. Toco el plástico. Comienzo a preguntarme sin en algún momento se bajo o simplemente hace mucho tiempo, horas, meses, semanas, toda la vida vengo hablando sola. Sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

bad boys