viernes, 29 de octubre de 2010

20:

 Son pájaros de la noche que oímos cantar y nunca vemos.



Estaba esperando el colectivo con frío en la Avenida nadie. Ya eran más de las seis de la tarde y estaba llegando tarde a mi aviso de llegar tarde. Creo que no fue relevante.  El viento me lleva puesta y la calle, sus cosas, las que la componen, el asfalto, las baldosas, los cimientos de las casas, las contrucciones, los negocios, la gente adentro, empaquetada esperando que le toquen el timbre o no, los chicos y las chicas, los pocos que caminan y el cielo tan abierto que se sigue inundando de nada.  A lo lejos se ve venir el colectivo que por primera vez parece una cosa antes que una máquina. Se desliza cansado. Llega a mi lentamente.  Se detiene como si fuera imposible retomar la marcha. Me levanta y me lleva mientras mi extranjerismo a ultranza escucha una banda de sonido traidora, que no habla en mi idioma pero traduce en pensamiento las palabras que se suceden sin parar.

En el viaje pensaba en muchas cosas, vinculadas con el dolor. Pensé si la gente que estaba alrededor mio había sufrido últimamente. Una semana atrás en el auto prestado de Venenito vimos a una chica llorar en un umbral,  abrazandose el cuerpo. Muy joven. No vale la pena, pensé.  Corrección: él no vale la pena, pensé. En decirle, en convencerla, en contarle. No dejamos de mirarla ni un segundo amparados por los vidrios polarizados. Cuando arrancó y me ví en la necesidad del tabaco, urgente quemando ya mismo mi garganta, me dí cuenta que mi discurso reivindicativo para la pibita que lloraba no era más que el mantra que me vengo repitiendo en los últimos tiempos. Soy yo, pensé. Tengo que dejar de ser yo, pensé. Me tengo que cansar de mi misma para quizás descubrir el amplio mundo de los otros.

Llegar se llega más allá de la voluntad. De la tuya y de la mía pero llegar llegás. Hace poco me dijeron que tenía que dejar de lado el me acuerdo cuando. Pero miro por la ventana  del colectivo y tengo memoria, las cosas están ahí puedo verlas como si estuvieran pasando, como si la historia fuera una repetición constante que puedo activar solo con mi pensamiento. Los charcos de sangre o las figuras marcadas por tiza. A la luz de lo que ilumina la vista son cosas que nunca se terminan de borrar. Estuve caminando con algunas personas, hablamos de un juego de zombies. Te va a encantar, me dijeron. Te vas a hacer fan, me juraron. Te va a generar una adicción, me deslizaron. Otra más y son tantas. Dormí tres horas, dije. La última vez que había dormido tres o cuatro horas fue en mi transición a los 30 años.  Me dolía el cuerpo pero por otras cosas. Ahora estoy acá queriendo decir que la política también es el tacto y el roce cotidiano, que algunas marcas de las represiones no se van nunca, pero cuando me reprimís el sentimiento mi amor, es como cuando me largan la infantería por Plaza de Mayo derecho. Cuando me anulas el diálogo es como cuando el camión hidrante te mancha de azul para identificarte. Porque se me nota, este dolor de hoy. Se me va a notar este dolor mañana. Voy a fingir como se finge cuando no se le quiere dar la razón a un cana de que el golpe te dolió. Voy a fingir como cuando se finge frente a la derecha la herida de muerte a la izquierda, que por si no sabes es donde esta mi corazón. 

Estuve pensando en vos Fernando. En decirte que sos lo más parecico a un padre que me quedo, que sos por las condiciones físicas reales igual de distante que el verdadero. Me acordé del llanto histérico que me escuchaste más de una vez y quiero revelarte un secreto que tengo acá atragantado en la garganta y me esta matando todos los días un poco. Hola, soy yo que te fallé tantas veces. Quiero levantar un día el teléfono, que mi sueño sea real. Alrededor mio mientras tanto pasan cosas más relevantes que mi yo. Eso me hace bien. Me hace bien que alrededor mio se esten definiendo cosas menos mezquinas que mi constante repetición de errores en loop. Fuerte para la militancia y decidida para el no. Una señora de más de cuarenta años se abraza con su señor esposo y la alianza le brilla contra las luces de Perú. Adelante de las confiterías cerradas y de un musimundo que dudo tenga razón de ser mucha gente en un día que era un feriado, el feriado en donde todos ibamos a hablar del Yo. Esas parejas históricas tienen algo que por momentos me parece un horror y por otros la única manera de seguir viva. Ese lenguaje sin palabras. Te miro y lo que te pase yo ya lo sé. Si esa palabra no esta para preguntar, si no hace falta el diálogo y nos medimos el corazón y el ánimo, el dolor y la rabia, por el tacto del otro, la manera de mirar, la posición de los ojos y aquello dónde los ojos se posan. Ese lenguaje lejos de la palabra y mediado por una fuerza superior que desconozco como se llama. Eso a veces no se si es lo que va a salvarme la vida o lo que va a condenarme al terror, al dolor, a la inmensa agonía de pederte 40 años después cuando ya es tarde para saber estar sola, para caminar día a día la calle, para empezar otra vez, para resistir sola, para tener un cuerpo joven, para ser hermosa, para ser deseable, para tener un compañero o para saber estar sola, sin vos, sin nadie, sola con mis circunstancias que son en este momento una sucesión de pensamientos que a medida que pasan las horas y me pasan los años se hacen más y más irrelevantes. Hasta cuando voy a peder el tiempo persiguiendo la vida que no puedo tener y voy a poner el valor y el cuerpo en la vida que ya tengo. Hasta cuando.

 

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